Los
Lumière de niños
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Cuando
los hermanos Lumière trabajaban en el diseño de su cinematógrafo, la mayoría de
los problemas técnicos que comportaban la filmación y la exhibición de
películas ya estaban resueltos. Sin necesidad de bucear en invenciones menos
conocidas, es sabido que el kinetoscopio del estadounidense Thomas Alva Edison
permitía ya por esa época el visionado de imágenes en movimiento. Los
inventores franceses, fundamentalmente, diseñaron un sistema que permitía la
proyección de películas en grandes espacios. Pero precisamente con ello dieron
el primer paso para la creación de las modernas salas de cine, a las que
cientos de miles de personas en todo el mundo acuden hoy a diario para admirar
los filmes de sus actores y directores favoritos. Es justo decir, por lo tanto,
que con el invento de los Lumière nació una de las industrias que más
influencia ha tenido en la cultura y en la sociedad contemporáneas.
Los
hermanos Auguste y Louis Lumière nacieron en Besançon el 19 de octubre de 1862
y el 5 de octubre de 1864, respectivamente, en el seno de una familia de
pequeños industriales, en una época en que la burguesía capitalista celebraba
sus primeras victorias. Auguste era un muchacho tímido y retraído, más parecido
a su madre, la parisina Jeanne Josephine Costille; Louis, por el contrario, era
decidido y animoso. Sin duda, a éste le estaba reservado el llevar la
iniciativa y la acción, mientras que Auguste parecía destinado al papel de
comparsa sumiso y obediente. Siempre se mantuvieron muy unidos, al menos hasta
el nacimiento del cinematógrafo; después, cada uno tomaría distinto camino.
Su padre, Antoine Lumière, natural de
Ormoy, Haute Saône, había trabajado en su juventud como pintor de rótulos para
comercios. Se trasladó luego a Besançon, dispuesto a dedicarse a la fotografía.
En 1870 se fue con su familia a Lyon y abrió un estudio fotográfico; por
entonces abandonó definitivamente la pintura, que sólo cultivaría como
pasatiempo ocasional. Envió a sus hijos a estudiar a la escuela industrial Martinière
de aquella ciudad. La salud de Louis era frágil; le aquejaban frecuentes
jaquecas que le impedían asistir a clase con regularidad. Ello le obligaba a
pasar largas temporadas en casa, donde se familiarizó pronto con las
actividades de su padre y cultivó sus aficiones favoritas: la música, el dibujo
y la escultura, para las que estaba muy bien dotado. Más tarde asistiría al
conservatorio de música de Lyon para estudiar piano y composición.
Hacia 1880, cuando hicieron su
aparición las placas secas de bromuro de plata, que comportaron un
significativo avance en las técnicas fotográficas, Antoine Lumière se planteó
la posibilidad de producirlas en serie. Vendió su estudio y montó una fábrica
en el suburbio lionés de Montplaisir. Sin embargo, se precipitó en sus
cálculos. No calibró adecuadamente los muchos inconvenientes que presentaba la
elaboración de aquellas placas y, sin apenas darse cuenta, se vio envuelto en
un sinfín de problemas que hacían peligrar seriamente la continuidad de la
empresa.
Fueron sus hijos, particularmente
Louis, quienes le sacaron del apuro en 1882, cuando consiguieron preparar una
nueva fórmula, la de las plaques
etiquette bleue, que se adaptaban mejor a la producción en gran escala. Las
Usines Lumière no sólo se salvaron sino que experimentaron un gran crecimiento,
con una producción anual de más de un millón y medio de placas al cabo de tres
años. Encarrilada la situación económica, los hermanos Lumière pudieron
contraer matrimonio. Su futuras consortes serían, como ellos, dos hermanas:
Marguerite y Rose Wincler, esposas respectivamente de Auguste y de Louis.
Auguste
y Louis Lumière en 1895
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El
cinematógrafo
El interés de los hermanos Lumière por
las «fotografías animadas» se despertó cuando, en 1894, su padre les trajo de
París el kinetoscopio de Edison, incómodo aparato en el que era necesario
aplicar el ojo a un visor para poder contemplar una película. Ambos hermanos
pensaron de inmediato en los enormes beneficios que supondría un aparato capaz
de proyectar aquellas imágenes sobre una pantalla. Sin duda influyó en ellos el
éxito en París del «teatro óptico» en el que Emile Reynaud proyectaba vistas
animadas, aunque en bandas dibujadas a mano.
Para obtener fotografías animadas sobre
una pantalla era necesario hacer pasar la banda de imágenes ante una linterna
mágica. La mayor dificultad consistía en concebir un mecanismo que, cada vez
que un fotograma pasase ante el objetivo, lo inmovilizase a fin de que pudiera
ser proyectado. Siendo la persistencia retiniana de una décima de segundo,
habría que proyectar al menos diez imágenes por segundo para conseguir la
ilusión del movimiento. Sabido esto, los Lumière se centraron en la búsqueda de
un mecanismo que proyectase dieciséis imágenes por segundo. Su idea era que, a
cada segundo, el mecanismo debía tirar de la banda dieciséis veces e
inmovilizarla otras tantas, y, al mismo tiempo, abrir o cerrar el objetivo,
permitiendo o impidiendo el paso de luz, según que la imagen estuviese quieta o
en movimiento.
El problema resultaba bastante
complejo, y los hermanos ensayaron numerosos mecanismos, ninguno de ellos
satisfactorio. Finalmente, Louis halló la solución en una noche de insomnio.
Pero fue Auguste quien contó el cuándo y el cómo. «Era a fines del año 1894.
Una mañana entré en la habitación de mi hermano, que no se encontraba bien y
guardaba cama. Me dijo que no había dormido y que, en el silencio de la noche,
había perfilado las condiciones que nos permitirían alcanzar el objetivo que
perseguíamos, imaginando un mecanismo capaz de resolver el problema. Me explicó
que era necesario imprimir a una cápsula portaagujas un movimiento alterno,
parecido al de un mecanismo de las máquinas de coser. Las agujas penetran en
las perforaciones practicadas en los márgenes de la película y le imprimen un
impulso; finalmente se retiran y dejan inmóvil la película, mientras el sistema
de deslizamiento vuelve a la posición primitiva. Fue una revelación. En una
noche, mi hermano había inventado el cinematógrafo.»
Uno de los primeros cinematógrafos
construidos por los Lumière
construidos por los Lumière
Dibujados los planos del aparato, Louis
encargó su construcción a Eugène Moisson, mecánico jefe de las Usines Lumière.
El primer cinematógrafo, que era al mismo tiempo tomavistas y proyector, fue
patentado el 13 de febrero de 1895. Louis empezó a rodar con él las primeras
películas, de una longitud de 17 metros cada una (casi un minuto de proyección)
que era la máxima capacidad que permitía la máquina.
La salida de los obreros de la fábrica Lumière |
En esta nueva tarea, su preparación
artística le sirvió de mucho. La selección del enfoque requerido, la búsqueda
de la mejor exposición y la elección de las fases esenciales del movimiento
pronto dejaron de ser un secreto para él. No tardó en aplicar estos
conocimientos al rodaje del que había de ser el primer film de la historia del
cine: La salida de los obreros de la
fábrica Lumière.
Con esta película, el cinematógrafo fue
presentado el día 22 de marzo de 1895 a los asistentes a una conferencia sobre
el nuevo invento, organizada con este objeto en la Société d'Encouregement à
l'Industrie Nationale, en París. Dos meses más tarde, el 10 de junio, Louis
obtuvo un sonado éxito en el congreso de sociedades fotográficas realizado en
Lyon al proyectar La llegada de los
congresistas a Neuville-sur-Saône, film rodado el día anterior y que se
considera el primer noticiario filmado. La perfección técnica y la sensacional
novedad de las películas de Louis hicieron que el cinematógrafo se impusiese
sobre todos los sistemas alternativos. Había llegado el momento de enfrentarse
directamente al público, abriendo la primera sala cinematográfica.
El
primer cine
Los hermanos Lumière alquilaron en
París un local grande y espacioso, el Salon Indien, situado en los sótanos del
Grand Café, muy cerca de la Ópera. La sesión inaugural tuvo lugar el 28 de
diciembre de 1895. La entrada costaba un franco y el espectáculo duraba media
hora. Allí se proyectarían La llegada de
un tren a la estación y El regador
regado, los dos mejores filmes de Louis, y otras diez películas más. El
éxito fue clamoroso. La noticia recorrió rápidamente la ciudad y, tres semanas
después, la asistencia diaria llegaba a las tres mil personas.
Cartel publicitario del Cinematógrafo Lumière |
Aunque Louis Lumière rodó muchos otros
filmes, siempre permaneció fiel a los temas documentales e históricos y a los
breves episodios «cómicos», de una notoria ingenuidad. Sus pretensiones nunca
fueron más lejos. Sin embargo, consiguió despertar auténticas pasiones y
vocaciones, como la del hábil prestidigitador francés Georges Méliès, que,
desde su asistencia a la sesión inaugural del Salon Indien, se dedicó de lleno
a la cinematografía, pero con un talante bien distinto al de Louis. Méliès huía
tanto de la anécdota real como de la banal, y puso el nuevo instrumento al
servicio del arte y de la fantasía.
En 1903, tras varios años
de sesiones en el Salon Indien, los hermanos Lumière se separaron y tomaron
rumbos muy distintos. Louis se mantuvo al frente de la fábrica de Montplaisir.
Ensayó el color y el relieve tanto en la fotografía como en el cine. Fue el
primero en probar la «pantalla grande» y la «circular» o panorámica,
anticipándose en casi sesenta años al «circorama» del director y productor
cinematográfico Walt Disney. Durante la Primera Guerra Mundial preparó una
nueva mezcla para impedir que el aceite se congelara en los motores de
aviación. Dedicó su inventiva a la ortopedia, fabricando un tipo muy ingenioso
de mano artificial. En 1944, cuando residía en Bandol en espera de la muerte,
que llegaría cuatro años más tarde (el 6 de junio de 1948), dijo: «Soy feliz de
poder encontrar todavía en el trabajo el mejor medio para soportar la dureza y
la angustia de los tiempos en que vivimos».
Auguste, por su parte, abandonó
definitivamente la fotografía y el cine y se dedicó a cultivar la biología y la
fisiología, disciplinas por las que mostró siempre una particular inclinación.
En 1914 inauguró un gran centro de investigación en Lyon, los Laboratoires
Lumière, con clínica incluida, en estrecha colaboración con un equipo de
prestigiosos médicos. Realizó estudios sobre diversas enfermedades: el cáncer,
el tétanos y la tuberculosis reclamaron sobremanera su atención. Sus trabajos
llenaron más de veinte volúmenes. Entre sus obras, cabe destacar La vie, la muladie et mort, en la que
resucitaba la teoría hipocrática de los humores, y Horizonts de la medicine. Sus puntos de vista, bastante
heterodoxos, fueron rechazados por la mayoría de la clase médica, que le echó
en cara su formación autodidacta y su condición de advenedizo. Sin embargo, la
Academie de Medicine acabó aceptándolo como uno de sus miembros. Vivió hasta edad
muy avanzada, sorprendiéndole la muerte en Lyon el 10 de abril de 1954.
La historia del cine es
la historia de los creadores y pioneros, pero también la de los imperios
cinematográficos. A partir de 1900 el cine empezó a convertirse en una
industria competitiva, con duras guerras comerciales, como la guerra de las
patentes desatada por Edison para monopolizar el mercado. En estos años se
crearía el primer gran trust, la Motion Pictures Patents Company, además de la
Universal, Paramount, Warner, Fox y Metro Goldwyn Mayer, germen de lo que, con
la Columbia y la Universal Artists, iban a ser en Estados Unidos las majors o grandes productoras. También
entonces nació Hollywood, en la costa oeste, lejos del poder de Edison. Pronto
resultó evidente que los teatros de variedades y salas de kinetoscopio no eran
los canales adecuados para la distribución cinematográfica, y en 1905 se
inauguró la primera sala nickelodeon en Pittsburgh. La entrada costaba cinco
centavos por película: era el comienzo de una nueva era.
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